Susan Gabriela, la pequeña filósofa venezolana

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10/20/20258 min read

En tiempos donde las redes se llenan de ruido y vanidad, pocas veces emerge una voz que no solo piense, sino que lo haga con amor, profundidad y convicción. Susana Gabriela Flores Zavala, más conocida como «Susan Gabriela» nació el 1 de julio de 1996 en la urbanización Cruz Verde, en Coro, estado Falcón, Venezuela. Creció en un hogar humilde, rico en afecto y principios, donde su madre Ingrid, cocinera y camarera, y su padre Humberto, panadero, la criaron junto a sus cinco hermanos en un entorno libre de violencia, marcado por la sencillez, la música y el cariño.

Su infancia, como ella misma narra, transcurrió entre muñecas modestas, amigos imaginarios, primitas y juegos en la casa paterna. Lejos de los lujos, aprendió desde temprano que la grandeza no reside en lo que se posee, sino en la forma en que se mira y se vive el mundo. Ese mundo que luego ella decidiría pensar con valentía, desde los márgenes de un país herido y una academia menguada.

No proviene de una familia de académicos ni de catedráticos, sino de trabajadores, obreros y músicos: su abuelo Críspulo Zavala fue músico, así como sus tíos Dennys y Richard. Su hermano Wilfredo la motivó a iniciarse en la danza, una pasión que permanece viva en ella hasta hoy.

Fue recién a los 16 años cuando se cruzó con el pensamiento filosófico, por la vía más humana de todas: el amor. Se enamoró de un joven entusiasta que quería cambiar el mundo y que le abrió la puerta de la filosofía, la literatura, la ciencia. Él la animó a escribir, y Susana lo hizo con humildad primero, con fuerza después. Su estilo, a la vez dulce y penetrante, ganó el aprecio de lectores, editores y colegas.

A los 21 años escribió el ensayo Helenismo: pensar otro mundo posible, una obra de 285 páginas donde plantea, desde el ideal moral socrático, que el mundo pudo haber sido otro si Alejandro Magno no hubiese muerto tan joven. En ese texto, y en sus posteriores escritos, se perfila como una helenista moderna, heredera del pensamiento de Juan Rivano, filósofo chileno al que reconoce como maestro y principal traductor del helenismo en lengua castellana.

Para Susana, el pensamiento es más que una actividad intelectual: es una herramienta para transformar el mundo. Su propuesta ética, inspirada en Sócrates, gira en torno a la virtud y el conocimiento. En su análisis, el pensamiento filosófico debe buscar siempre la mejora del individuo y de la comunidad, a través del autoconocimiento y la práctica de la virtud. Desde su perspectiva, Sócrates no solo enseñó que "una vida no examinada no vale la pena ser vivida", sino que también destacó que el conocimiento no es un fin en sí mismo, sino un medio para vivir de acuerdo con principios éticos fundamentales.

En el contexto del helenismo, Susana observa que la figura de Alejandro Magno representa un momento crucial en la historia de Occidente, un mundo que pudo haber sido transformado si su reinado hubiera perdurado. Sin embargo, en su interpretación, no es solo la figura de Alejandro lo que define el rumbo del mundo, sino el ethos helénico que se extiende a través del tiempo, formando la base de la cultura occidental. Su análisis del Helenismo no solo se limita a la figura histórica de Alejandro, sino que se adentra en la influencia que la cultura grecorromana tuvo en la conformación de los valores occidentales, en particular la tensión entre lo racional y lo emocional, lo individual y lo colectivo.

En la misma línea, Susana ha escrito sobre la importancia de la educación y la filosofía como medios para la superación personal y colectiva, considerando que el verdadero progreso no reside en la acumulación de riquezas materiales, sino en la profundización del ser humano y la construcción de una sociedad que valore la libertad, la justicia y el bien común.

En su obra y su vida, Susana no solo se presenta como una filósofa, sino como una mujer que también encarna la maternidad como un acto de resistencia. “Soy mamá de ellos”, dice refiriéndose a sus dos hijos, Miguel David y Benjamín, con una profunda claridad de propósito. La maternidad, lejos de ser una carga, se convierte para ella en el camino más noble que puede tomar, un reto constante que le exige amor, paciencia y la entrega más absoluta. "Cualquiera puede ser madre, pero proeza es sentirse madre y, en efecto, ser una buena madre", señala, entendiendo la maternidad como un acto de responsabilidad moral y ética.

En paralelo, Susan también ha trabajado como editora en la Revista Bactriana, donde continúa corrigiendo, perfeccionando y compartiendo sus escritos. Su labor como editora es otro de los canales desde los cuales se resiste a las adversidades del país, mientras alimenta su pasión por la palabra escrita y por el pensamiento profundo. Su crítica constante hacia la estructura educativa de Venezuela, en medio de la crisis académica y social, es un recordatorio de que incluso en los espacios más marginados puede germinar la semilla de la filosofía.

Actualmente está radicada en Alemania.

Una propuesta ética: del intelectualismo moral a un ethos vivible

El ensayo “Ontología y epistemología del intelectualismo moral” condensa el núcleo de su programa filosófico. Susan relee a Sócrates —en diálogo con el Protágoras— para sostener que el conocimiento del bien no se agota en la conciencia abstracta, sino que se verifica en la práctica. Saber y conciencia son potencia; solo la acción virtuosa es acto. De ese modo, reformula el axioma socrático en clave contemporánea: conocer el bien exige demostrarlo, esculpido por la voluntad y sostenido por decisiones constantes frente a la contingencia.

Esta ética de taller —“pura obra de arte, artesanía, deporte, ciencia”— se prolonga en su lectura de Spinoza: el Tratado de la reforma del entendimiento inspira una “nueva Ilustración” donde todas las ciencias y artes se ordenan a un fin: la perfección humana compartida, la amistad intelectual (philia), la phronesis, la empatía, y un sensus communis capaz de convertir la experiencia estética en autoconocimiento y civismo. Para Susana, el ethos clásico no es museo: es gimnasia del alma que vuelve posible vivir con medida, contra la banalidad del mal y el relativismo indiferente.

Occidente como germen helénico (y su resignificación)

En su debate sobre Occidente, Susana defiende una tesis matizada: “Occidente es, primeramente, el germen helénico aplicado a cualquier región del mundo”. No niega las deudas con Egipto, Mesopotamia o el mundo árabe; insiste, más bien, en el valor operativo del legado griego (logos, dialéctica, virtud, instituciones del saber) para la autocomprensión moderna y para la ciencia hipocrático-galénica que hoy nos cura. Reconoce el carácter histórico y discutible del canon, pero reivindica su vigencia práctica: no por chauvinismo, sino por la potencia formativa de esos textos y hábitos intelectuales. Su posición es crítica y abierta: Occidente se justifica por su valía en acto, no por una mística de origen e insiste que quienes llevan programas donde se niega al otro (al inmigrante, al desplazado, a los pobres, y no se fomenta la racionalidad para intentar ser mejores ciudadanos, eso no tiene nada que ver con el programa que debemos perseguir hoy).

Obra, recepción y enigma editorial

Aunque el mundo editorial la corteja desde hace años, Susana ha preferido no publicar aún sus cinco libros terminados —una decisión que desconcierta y, a la vez, agranda el enigma de su figura—: declara, con severidad consigo misma, que “no está lo suficientemente preparada”. Entretanto, despliega una producción ensayística torrencial: más de 200 ensayos de filosofía, entre 3 y 20 cuartillas, y centenares de notas y aforismos. Su prosa desparrama una avalancha de emociones con una arquitectura conceptual rigurosa y una voz inconfundible.

No extraña, entonces, que en España se la compare —por ambición humanista y amor a los clásicos— con Irene Vallejo, o en Colombia con Carolina Sanín —por la mezcla de erudición y filo crítico—. Pero su proyecto es propio: una línea progresista y científicamente informada que denuncia injusticias y apuesta por la dignidad humana, sin plegarse a modas ni trincheras. De hecho, algunos de sus textos más comentados —en defensa de la monogamia, la familia como pilar ético-social— desafían clichés académicos habituales. Ella misma se ha dicho “inclasificable”, una ceguera deliberada en tiempos de bandos, recordando aquella admonición de José Ortega y Gasset contra la “hemiplejia” intelectual: ver solo una mitad de la realidad.

Amor, trabajo y constancia

La Revista Bactriana es una de sus consolidaciones más visibles: casa, faro y taller donde edita, corrige y publica con una ética de cuidado. Y, por encima de todo, su vida se anuda a un amor que ella asume como destino y disciplina: el amor por sus hijos —Miguel David y Benjamín— y el amor por su compañero, Miguel Romero, mejor conocido en el mundo de las letras como «Antonié» quien es médico, investigador y también filósofo, con quien comparte una complicidad filosófica y vital que la sostiene en las horas difíciles y le recuerda (puesto que a sus dieciséis él fue quien le introdujo en el mundo de la filosofía), como en Homero, que el humo de la casa —lo concreto que nos salva— pesa más que todas las promesas de inmortalidad.

Susana Gabriela Flores Zavala representa una nueva forma de intelectual: profundamente humana, radicalmente maternal, clasicista sin vanidad, filosófica sin ornamento. Su obra y su vida, entrelazadas, nos recuerdan que pensar puede ser un acto de amor, que escribir puede ser una forma de cuidar, y que ser madre —en el sentido más profundo del término— puede ser también una forma de cambiar el mundo. Ella sigue siendo una voz crítica, comprometida, y una pensadora que, a pesar de los obstáculos, sigue sembrando la semilla del conocimiento y la virtud. Y sobre todo, sigue amando: con una constancia antigua y una alegría que, como la aurora de Eos, vuelve cada día a encender el cielo.

Escrito Por Emilio Nox, periodista y doctor en filosofía por la Universidad de Barcelona.

Retrato de una autora que propone convertir la ética en un arte de vivir.